Año del Bicentenario, de la consolidación de nuestra Independencia, y de la conmemoración de las heroicas batallas de Junín y Ayacucho

Guerra hispano-sudamericana

Guerra hispano-sudamericana

La guerra hispano-sudamericana llamada en Perú y Chile Guerra contra España y en España Guerra del Pacífico, fue un conflicto bélico que se desarrolló en las costas chilenas y peruanas, en el que se enfrentaron España por una parte, contra Chile y Perú, principalmente, y Bolivia y Ecuador, secundariamente (pues no participaron de manera activa en la contienda).

La guerra hispano-sudamericana se inició con un conflicto diplomático entre Perú y España suscitado por el Incidente de Talambo. Al tiempo que una Escuadra científica y diplomática española recorría las costas americanas se produjo una pelea entre los colonos españoles de una hacienda y unos peones peruanos que acabó con dos muertos y varios heridos. Las noticias que llegaron a la Flota y, posteriormente, a España eran confusas y exageradas, por lo que el Gobierno español solicitó explicaciones. La falta de entendimiento entre el Gobierno peruano y el enviado español, unido a la información errónea proporcionada por éste a la Escuadra, llevó a la ocupación española de las peruanas islas Chincha en 1864.

A pesar de los acuerdos iniciales entre España y Perú, el cambio forzado del gobierno en este último provocó un nuevo aumento de las tensiones. Chile intervino en el conflicto negándose a abastecer a los buques españoles primero y declarando la guerra después (25 de septiembre de 1865). Finalmente, Perú también declaró la guerra a España (12 de enero de 1866), uniéndose al poco Ecuador (el 30 de enero) y Bolivia (el 22 de marzo).

Antecedentes

En España mandaba la Unión Liberal y el gobierno presidido por el general O’Donnell, con aprobación de la reina Isabel II, decidió enviar una expedición científica y diplomática al Pacífico, dirigida por Hernández Pinzón, aunque su objetivo real era conseguir el pago de la deuda de guerra de independencia en favor de España.

En 1863, la expedición española arriba al Callao en julio, luego continuó su viaje hacia EEUU, cuando se encontraba realizando el viaje ocurrió el incidente Talambo (muere un colono español en Lambayeque).

En 1864, el Comisario Real Eusebio Salazar y Mazarredo viene a Perú a velar por los intereses hispanos en el caso Talambo; el gobierno peruano afirmó que negociará con él si no hace alusión a su título de Comisario Regio, Salazar se siente desairado y en represalia tomó las islas Chincha, acción dirigida por Hernández Pinzón.

El 6 de diciembre el general José Manuel Pareja llegó desde España para sustituir al almirante Pinzón y se realizó el Tratado Vivanco-Pareja, que establecía la reprobación oficial a Salazar, la desocupación de las islas Chincha y el pago a España de 3 millones de pesos como indemnización por los gastos causados. El 2 de febrero de 1865 el Tratado era ratificado por el Presidente del Perú.

Mientras el conflicto entre España y Perú parecía volver a surgir, en parte por la Revolución de Arequipa, en Chile la opinión pública se exaltó y comenzaron actos hostiles contra los españoles. Su Gobierno decide entonces negar todo apoyo a las unidades navales españolas en puertos chilenos. El 25 de setiembre Chile declaró la guerra a España.

Prado, que había comenzado con su dictadura, en diciembre de 1865, anunció la ruptura de relaciones con España, lo que era una declaración oficial de guerra. Chile ya la había declarado y, posteriormente, Ecuador y Bolivia también lo hicieron.

Causas de la guerra

  • La esperanza española de restaurar su vieja política colonial.
  • La deuda que tenía el Perú con España, proveniente de la época del virreinato.
  • La disposición intervencionista de potencias europeas en los países americanos. Los europeos buscaban en el fondo, recuperar posesiones en América.
  • El atractivo económico del guano. El Perú comercializaba grandes cantidades de guano que le reportaba considerables ingresos económicos. Los gobiernos de Castilla y Echenique habían previsto el pago de la deuda externa. España que estaba al tanto de esto, quería aprovechar la oportunidad para cobrar al estado peruano la deuda contraída desde la Capitulación de Ayacucho.

Alianza sudamericana

El 14 de enero de 1866 se firmó el Tratado de Alianza ofensiva y defensiva, celebrado entre las Repúblicas de Perú y Chile, por el secretario de relaciones exteriores del Perú, Toribio Pacheco y el ministro plenipotenciario de Chile, Domingo Santa María. El tratado invitaba a otras repúblicas sudamericanas a unirse para enfrentarse a la escuadra española. Poco después Bolivia y Ecuador se unieron a la alianza, aunque no llegaron a participar en la guerra. En previsión de un posible ataque español, Ecuador fortificó su puerto principal, Guayaquil.

La escuadra aliada en Abtao

En aquellos momentos la escuadra aliada no contaba con naves capaces de enfrentarse directamente con la poderosa fuerza naval española de mayor tonelaje, blindaje y armamento. Fue por ello por lo que los buques chilenos por orden del gobierno se refugiarían en el apostadero naval de Abtao que estaba ubicado en los canales de Chiloé siendo de difícil acceso para los españoles que no conocían la zona, existiendo el peligro que alguno de sus buques encallaran fácilmente. Perú de igual modo enviaría sus buques a aquel fondeadero.

El 10 de enero las fragatas peruanas Apurímac y Amazonas arribaron a Chiloé donde tomaron contacto con la Esmeralda. A la flota aliada estacionada entonces en Abtao se sumarían luego las modernas corbetas Unión y América permaneciendo aún a la espera del arribo de los nuevos blindados peruanos Huáscar e Independencia con los cuales se planeaba iniciar operaciones ofensivas contra la escuadra española.

Para mala suerte de los aliados, el 15 de enero la Amazonas varó en la parte sur de la isla Abtao sin que pudiera ser reflotada pese a los esfuerzos realizados, de modo que perdida la nave, sus cañones fueron utilizados en el resto de buques y para artillar las entradas al canal de Chayahué.

El 18 de enero, en cumplimiento de las instrucciones dadas por el Ministerio de Marina, Williams Rebolledo ordenó al vapor Maipú se dirigiera al sur con la finalidad de contactar con la Covadonga (que se encontraba de comisión) o, en caso contrario, seguir hasta el cabo de Hornos para apresar dos vapores españoles, el Odessa y el Vascongada de los cuales se tenían noticias sobre su próximo paso por el lugar. Según el testimonio del teniente Arturo Prat, miembro de la tripulación de la Covadonga, este buque se reintegró en la escuadra aliada en Abtao el 3 de febrero de 1866 sin tener noticias de estos hechos.

La base en Abtao no estaba lista para aprovisionar a la escuadra aliada. Se habían acumulado en tierra 500 toneladas de carbón pero faltaban embarcaciones carboneras con qué hacer la faena en los buques. Las provisiones de boca eran inexistentes y Williams decidió trasladarse a Ancud, con la Esmeralda ante el poco andar de los otros buques, para solucionar allí el problema de abastecimiento, en especial para las recién llegadas corbetas peruanas. Planeaba también traer a remolque una barca cargada con carbón que reservaba para la escuadra y embarcar un batallón de infantería de marina para reforzar las defensas terrestres del apostadero. Sabiendo que en cualquier momento podía ser atacado, dejó instrucciones para el caso y el mando al Jefe de la División peruana, el también capitán de navío Manuel Villar Olivera.

Primera expedición española a Chiloé

Por esas fechas, el brigadier español Casto Méndez Núñez, Comandante General de la Escuadra del Pacífico, recibió órdenes desde Madrid en las que se le indicaba que no debía abandonar aquellas aguas sin antes conseguir la paz a través de una negociación o por medio de las armas.

El 20 de enero la Junta de Oficiales decidió enviar a las fragatas de hélice Resolución, Villa de Madrid y Blanca hacia el sur para localizar a la escuadra combinada chileno-peruana, que los informes situaban, con acierto, oculta en el archipiélago de Chiloé. Finalmente, Méndez Núñez decidió que la Resolución permaneciera en Valparaíso, mientras se desarrollaban las negociaciones con el gobierno de Chile, auspiciadas por Francia y el Reino Unido.

El 21 de enero salieron de Valparaíso la Blanca, al mando de Juan Bautista Topete y la Villa de Madrid, al mando de Claudio Alvargonzález, que también comandaba la expedición.

La primera parada de la expedición fue en la isla de Juan Fernández. Tras comprobar que no había ningún barco en sus aguas, las fragatas españolas continuaron su viaje hacia la isla Grande de Chiloé, que avistaron el 4 de febrero. El día siguiente fondearon en Puerto Low, en la isla Gran Guaiteca y esa misma noche se dirigieron nuevamente a la isla Grande de Chiloé para reconocer su costa oriental. El día 6, por la tarde, fondearon en Puerto Oscuro.

El plan inicial de reconocer el seno de Reloncaví para pasar, a continuación, al canal de Chacao y a Ancud (ciudad a la que los españoles continuaban llamando San Carlos de Chiloé), pero Alvargonzález decidió enviar a la Blanca a inspeccionar los canales y esteros de Calbuco, porque sabía que la fragata peruana Amazonas había naufragado por aquella zona y suponía que el resto de barcos debían encontrarse cerca. Poco después de partir, el 7 de febrero Topete descubrió a la Amazonas varada en un banco de arena frente a la punta Quilpué, al sureste de la isla Abtao. También contactó con un bote de habitantes de la zona, quienes le indicaron la ubicación de la escuadra combinada.

Combate de Abtao

La flota chileno-peruana se componía por la fragata Apurimac, las corbetas Unión y América, la goleta Covadonga y los vapores Lautauro y Antonio Varas, y se encontraba al mando del capitán peruano Manuel Villar Olivera, ya que Williams Rebolledo y su Esmeralda había partido hacia Ancud en busca de víveres y carbón dos días antes. Además, disponían de una serie de baterías en tierra montadas con los cañones rescatados de la Amazonas. En este combate los vapores no tendrían participación en el combate ya que la Lautaro había sido varada y el Antonio Varas fue llevado al norte de la línea de combate. Las baterías de tierra tampoco participarían debido a la poca distancia que tenían.

En las primeras horas del 7 de febrero, los vigías aliados anunciaron la presencia de un buque que luego fue identificado como una de las fragatas españolas, que de manera precavida reconocía la zona en que se encontraban las naves aliadas, las cuales formaron una línea en forma de herradura cubriendo con sus cañones los dos accesos a la ensenada.

A las 3:30 de la tarde, la fragata Apurímac, donde el capitán Villar había enarbolado su insignia, rompió el fuego contra las fragatas españolas, iniciándose de esta manera el combate que se prolongó por aproximadamente dos horas, intercambiándose los disparos a una distancia promedio de 1500 m, aunque hubo un momento en que la Covadonga se aproximó a 600 m de la Blanca, a la que se creía varada para cañonearla sobre el istmo de la isla Abtao.

Se hicieron en conjunto unos 2000 disparos, sin que ninguna de ambas fuerzas recibiera daños considerables. Las fragatas españolas no se animaron a acercarse por temor a resultar varadas en una zona que desconocían, mientras que las naves aliadas -dada su inferioridad material- se mantuvieron al amparo del canal.

Las bajas españolas fueron de seis heridos y tres contusos. En la escuadra aliada los historiadores discrepan sobre el número de bajas. Las cifras de muertos oscilan entre dos y doce y los heridos entre uno y una veintena.

Al caer la tarde las fragatas españolas cesaron el fuego y salieron de la boca de la ensenada. Manteniéndose a poca máquina, los buques esperaron toda la noche algún movimiento de la escuadra aliada, realizando algún disparo, pero sin obtener respuesta. Al amanecer las fragatas volvieron a la entrada de la rada, permaneciendo allí hasta las 9 de la mañana. Al ver que los barcos chileno-peruanos no se movían, se decidió regresar a Valparaíso para reunirse con el resto de la escuadra española.

La escuadra aliada, sin embargo, no se encontraba en muy buena situación: al inutilizado Lautaro, había que añadir que la Apurímac se encontraba con sus máquinas en reparaciones, lo que la impedía moverse.

La historiografía aliada considera el combate de Abtao como una victoria estratégica por considerar que las fragatas españolas se retiraron sin cumplir su misión. Aun así, los historiadores peruanos conceden mayor importancia al combate que sus colegas chilenos y se muestran más críticos con la ausencia de Williams Rebolledo que éstos últimos.

Al arribo de Williams Rebolledo y la Esmeralda, la flota aliada buscó una mejor posición en el estuario de Huito, situado al frente y a poca distancia de las islas de Calbuco. Tras tener noticias del combate, el brigadier Méndez Núñez decidiría salir él mismo en busca de las naves aliadas al mando de la fragata blindada Numancia y la Blanca para destruir definitivamente las fuerzas aliadas.

Segunda expedición española a Chiloé

La Junta de Oficiales de la escuadra española volvió a reunirse. Méndez Núñez había decidido organizar una nueva expedición para enfrentarse a la flota combinada chileno-peruana.

Chile había rechazado las propuestas británicas y francesas para poner fin al conflicto, por lo que el Comandante General decidió partir esta vez él mismo, a bordo del buque insignia de la Escuadra del Pacífico, la fragata blindada Numancia. La Blanca haría de guía y exploradora por los canales chilotes, de difícil navegación.

Por su parte, la flota aliada levó anclas y marchó hacia un apostadero más seguro a la vuelta de Williams Rebolledo. Se establecieron, finalmente, en el interior del estero de Huito, de difícil acceso por su estrecha entrada. El Jefe de la Escuadra aliada ordenó, asimismo, estrechar aún más la boca, artillarla con los cañones recuperados de la Amazonas y cerrarla con la cadena del mismo buque. Para dificultar aún más el acceso, Williams Rebolledo ordenó también hundir en la entrada el vapor Lautaro y una lancha.

El 17 de febrero salieron de Valparaíso la Numancia y la Blanca en dirección a Chiloé. La Blanca haría de guía y exploradora en los difíciles canales chilotes.

El día 28 las fragatas españolas fondearon en Puerto Low, en la isla Gran Guaiteca. Allí, la Blanca recibió carbón procedente de la Numancia, buque que podía almacenar mucha más cantidad. Esa misma tarde, siguiendo los pasos de la expedición anterior, pusieron rumbo a Puerto Oscuro, en la isla Grande de Chiloé. Aquella noche, mientras navegaban por el golfo de Corcovado, se levantó una densa niebla. Las naves dejaron de verse la una a la otra, por lo que fue necesario cada cierto tiempo disparar los cañones, encender bengalas o tocar las cornetas. Sobre las 5:00 del 29 de febrero, Méndez Núñez calculó que debían estar cerca de los bajíos de las islas Desertores, por lo que ordenó parar las máquinas y esperar a que se despejara algo para continuar. A las 14:30, cuando por fin aclaró algo, descubrieron que las corrientes les habían arrastrado hacia el sur. A media tarde volvió a formarse la niebla. Alrededor de las 15:00 del 1 de marzo fondearon finalmente en las aguas de Puerto Oscuro.

Combate de Huite

Durante el viaje de las fragatas españolas para lograr llegar a su objetivo anclaron en la noche del 1 de marzo en Tubilda, cerca de Huito para reposar. Este fondeadero quedaba bajo resguardo de un morro en el que, sin que supieran los españoles, se hallaba acampado 2 compañías del batallón N° 4 de Ancud al mando del mayor Jorge Wood.

La Blanca estaba anclada a escasos 50 metros de las rocas por lo que durante la noche Wood ordeno a los soldados chilenos que tomaran posiciones en las que se pusieron a tiro de fusil del enemigo. Los soldados se ocultaron tras las rocas y se pusieron en posiciones ventajosas en la cima del morro.

Al despertar en la mañana a las 4:45 del 2 de marzo, las tripulaciones se agruparon en las anchas cubiertas para pasar revista. Las fuerzas chilenas al observar esto abrieron inmediatamente fuego de fusilaría lo que sorprendió completamente a la marinería española. Los marineros inmediatamente corrieron a bajar a los entrepuentes y aclarar la cubierta. La artillería de los buques no podía contestar el fuego por la corta distancia en que se hallaba el enemigo y tampoco había blanco a que disparar, ya que los chilenos tenían muy buenas posiciones. Por otra parte, la Numancia no podía ayudar tampoco, pues su compañera estaba en la línea de fuego y debido a esto Casto Méndez Núñez envío un bote con refuerzos el que intento acercarse a las rocas y desalojar a los tiradores, pero fue también atacado y rechazado.

A las dos horas de combate logró por fin la Blanca apartarse a tiro de cañón y abrió fuego, pero con tan poca efectividad que las fuerzas chilenas no sufrieron bajas. Los buques siguieron su rumbo para buscar a la escuadra aliada.

Las tropas chilenas en documentos de la época señalan que en este enfrentamiento infligieron daños y causaron numerosas bajas, pero las fuentes españolas hablan de que no hubo pérdida alguna.

En la ensenada de Huito

A las 9:40 las fragatas se acercaron a la isla Abtao, por lo que se tocó zafarrancho de combate. A las 10:00, tras comprobar que la flota combinada ya no se encontraba en aquel lugar, la Blanca se adelantó para explorar la ensenada. Tras ello, continuó explorando las islas, ensenadas y canales de la zona y sondando los fondos. Estando fondeadas ambas naves en la isla Tabón, en una zona lo suficientemente profunda para el calado de la Numancia, contactaron con una embarcación de la zona que les informó de la posición de los buques chileno-peruanos y de las medidas que habían tomado para impedir que las fragatas españolas forzaran la entrada. Pronto las columnas de humo de los buques peruanos y chilenos permitieron a Méndez Núñez ubicar el nuevo refugio, y fondeó a unas cinco millas de distancia.

Al ver esto, algunos jefes aliados temían que las fragatas españolas lograran forzar la boca de la ensenada de Huito, y en este evento bastaban los cañones de la Numancia para destruir toda la escuadra aliada. A su juicio, era preferible salir al mar libre y dispersarse en todas direcciones pero el comandante Williams Rebolledo creía más seguro el refugio de Huito. Al fin prevaleció la opinión del jefe chileno, y para dificultar más el acceso a la escuadra enemiga, se obstruyó la estrecha entrada del estero de Huito, hundiendo en ella el Lerzundí.

Los acontecimientos dieron la razón al comandante Juan Williams Rebolledo. Los jefes españoles no conocían la profundidad de la ensenada de Huito y sospechaban que se la había escogido precisamente porque no permitía la entrada de buques de 8 metros de calado, como la Numancia. Además, su estrechez y las corrientes la hacían muy peligrosa, aun después de apagar el fuego de las baterías improvisadas por Williams y de remover el casco del Lerzundi, que la obstruía. Finalmente, Méndez Núñez decidió finalizar la misión y regresar a Valparaíso.

Durante el viaje de regreso, la Blanca logró apresar en el golfo de Arauco al buque auxiliar chileno Paquete del Maule que viajaba junto con el vapor Independencia (que pudo escapar sin ser detectado) transportando tropas de aquel país y se dirigían hacia Montevideo con el objetivo de completar en ese lugar las tripulaciones de los blindados Huáscar e Independencia que venían desde Europa. En Coronel apresaron dos bricbarcas cargadas con mil toneladas de carbón entre las dos, una prusiana y la otra italiana. Finalmente el 14 de marzo lograron llegar a Valparaíso.

Bombardeo de Valparaíso

En Valparaíso el almirante Méndez Núñez exigía a Chile la devolución de la Covadonga a cambio de levantar el bloqueo y devolver las presas hechas por la Escuadra española. Chile contestó al intermediario, el estadounidense comodoro John Rodgers, que no devolvería la Covadonga.

En la mañana del 24 de marzo, el almirante español envió por intermedio del ministro norteamericano Kilpatric un ultimátum al gobierno de Santiago dándole un plazo de cuatro días para que diera las satisfacciones exigidas por el gobierno español, devolviera la Covadonga y saludara a la bandera española y que en caso contrario bombardearía por orden de Madrid las instalaciones del puerto de Valparaíso y sucesivamente los demás de la costa chilena. Esta declaración causó indignación y pánico entre la población. Ante toda negativa del gobierno chileno, Méndez Núñez comunicó al intendente de Valparaíso que en vista del fracaso de las negociaciones y la infructuosa búsqueda de la escuadra aliada para batirla, no encontraba otro medio para vengar las ofensas recibidas que con el bombardeo de Valparaíso. Los representantes diplomáticos hicieron todo lo posible para evitar el bombardeo de la que Méndez Núñez aludía por el hecho de que la escuadra aliada no daba combate. Ante esto, el ministro chileno de relaciones exteriores Álvaro Covarrubias Ortúzar propuso arreglar a diez millas de Valparaíso un combate en paridad entre los españoles y los aliados. El resultado de este combate seria decisivo y se respetaría mutuamente. El comodoro Rodgers sería el árbitro. Pero Méndez Núñez no quiso aceptarla ya que ante una posible derrota la responsabilidad caería sobre él ya que no tenía autoridad ni órdenes para hacer eso.

Méndez Núñez anunció entonces el bombardeo del puerto, advirtiendo con mucha antelación sus intenciones, con el propósito de facilitar la evacuación de civiles. Incluso las fuerzas navales neutrales de Estados Unidos y Gran Bretaña amenazaron con intervenir si se llevaba a cabo el ataque ya que esta acción violaba las leyes de guerra al ser Valparaíso un puerto indefenso, Méndez Núñez replicó que tenía órdenes y que si intervenían serían considerados enemigos y atacados también, momento también en el que dijo la célebre frase de «España prefiere honra sin barcos a barcos sin honra». Las unidades navales estadounidenses e inglesas no intervendrían en la acción que ejecutarían los españoles, ya que sus respectivos gobiernos no autorizaron comprometer sus buques en esta guerra.

El 31 de marzo Méndez Núñez procedió con el bombardeo, causando grandes daños al puerto. Hubo 2 muertos y, aproximadamente, 10 heridos, porque unos 40 000 habitantes, casi la mitad de la población, avisados de antemano, habían abandonado sus hogares y los otros se refugiaron convenientemente. Además, el bombardeo fue esencialmente dirigido contra los edificios públicos del puerto. Por indicación de Méndez Núñez los hospitales, conventos e iglesias fueron señalados con banderas blancas. Así los buques españoles sabrían qué lugares evitar específicamente.

La acción fue muy criticada por tratarse de un puerto indefenso (todos los cañones habían sido retirados por el gobierno chileno para así demostrarlo). Los mismos integrantes de la Escuadra creían firmemente que la acción era un error y les provocaba desagrado. El propio Méndez Núñez expresó su disconformidad al Gobierno de Madrid: «todo el mundo civilizado reprobará nuestra conducta». Las cartas de los marineros y los oficiales coinciden en ideas parecidas. Así, el Mayor General de la Escuadra, Miguel Lobo y Malagamba escribía a su mujer:

Te aseguro que he pasado un rato desagradabilísimo por ser cosa en extremo bárbara y bien en contra de mis ideas. Yo me alegraré de no volver a ver semejante acto; y siento en el alma que los cañones hayan sonado para verificarlo. Méndez Núñez y todos han sufrido bastante en aquellos momentos […] Era una vista terrible.

Entonces Méndez Núñez, espoleado por los reproches vertidos en cuanto al ataque contra Valparaíso, puso rumbo a El Callao, el puerto mejor defendido de Sudamérica.

En Chile y Perú aún se tenían esperanzas de la pronta llegada de los blindados Huáscar e Independencia, ambos con poderosa artillería, pero no obstante ello, el gobierno peruano dispuso la organización de las defensas necesarias a cargo de la Marina y del Ejército, instalándose 56 cañones agrupados en varias baterías, incluyendo una dirigida a la zona conocida como la Mar Brava en previsión de un ataque por la retaguardia. La movilización de hombres fue total. También los extranjeros intervinieron, formando brigadas de bomberos, pues se temía que se propagaran incendios por el puerto y la ciudad.

Combate del Callao

La escuadra llegó a la isla San Lorenzo, frente a las costas del Callao, el 26 de abril de 1866. Al día siguiente, Méndez Núñez anunció al cuerpo diplomático acreditado en Lima que daría un plazo de cuatro días para la evacuación de la ciudad antes del bombardeo. Este lapso de tiempo fue aprovechado por las autoridades peruanas para ultimar la organización de las defensas de la ciudad y de los cuerpos auxiliares, como las brigadas de bomberos formadas por extranjeros residentes en el Callao.

La escuadra española del Pacífico estaba compuesta el día del combate por una fragata blindada (la Numancia), cinco fragatas de hélice (Blanca, Resolución, Berenguela, Villa de Madrid y Almansa) esta última unidad enviada para reforzar la escuadra de Méndez Núñez junto con el transporte artillado Consuelo arribando al escenario de guerra el 15 de marzo; una corbeta de hélice (la Vencedora) y siete buques auxiliares (los vapores de transporte Marqués de la Victoria, Paquete del Maule, Uncle Sam y Matías Cousiño y los transportes a vela Mataura, María y Lotta and Mary). La escuadra contaba en total con 272 cañones: 270 montados en los buques de guerra y en sus embarcaciones menores y 2 en el Marqués de la Victoria.

En el combate participaron únicamente los buques de guerra, quedando el resto como buques auxiliares en tareas de socorro o de alojamiento para los refugiados españoles huidos del Callao. De los 270 cañones de la escuadra, hay que descontar la mayor parte de los cañones de las embarcaciones menores, que no participaron, y los 2 inservibles de la Villa de Madrid, que habían explosionado en el transcurso del combate de Abtao. Aunque todos los estudiosos de este combate (Iriondo, Novo y Colson, Romero Pintado…) coinciden en hablar de 245 cañones, José Ramón García Martínez en su obra El Combate Del 2 de mayo de 1866 En El Callao: Resultados y conclusiones concluye que, aparte de las 245 piezas mayores que montaba la escuadra, está documentado el uso de otras 7 piezas menores. Así que por parte española participaron un total 252 cañones, la mayor parte (126 piezas) de 68 lb (200 mm).

La defensa del Callao consistía en una serie de baterías que se habían emplazado al norte y sur de la población y en el muelle, en tanto que buques de guerra (los monitores Loa y Victoria y los vapores Tumbes, Sachaca y Colón) se situaron en el centro, a las órdenes del capitán de navío Lizardo Montero Flores.

La comandancia general de baterías del norte la tenía el coronel José Joaquín Inclán; en las defensas de este sector sobresalía la Torre Junín, y el fuerte Ayacucho colocado cerca de la estación del ferrocarril. En el sector sur, al mando del general Manuel González de la Cotera, las principales defensas eran el fuerte Santa Rosa y la Torre La Merced.

Contabilizaban un total de 69 cañones, 56 en las baterías y 13 en los buques de guerra. De este total, pueden obviarse los 6 cañones de la batería Zepita, pues no participaron en el combate por estar orientados a la Mar Brava. De estas 63 piezas de artillería cabe destacar los llamados «cañones monstruosos»: 4 Armstrong de 300 lb y 5 Blakely de 500 lb. También se colocaron una serie de torpedos fijos (minas) delante de las baterías de la zona sur, seis canoas-torpedo en la zona norte y un torpedo de botalón sujeto al vapor Tumbes, atracado en el muelle.

El general Juan Buendía estaba al mando de los batallones de infantería y caballería situados a lo largo de la línea del frente, tras las baterías, que tenían la misión de repeler el ataque en caso de que se produjera un desembarco español lo que, sin embargo, nunca estuvo en los planes de la escuadra atacante.

A las 11:30 la Numancia largó la señal de zafarrancho de combate. La escuadra se dividió en dos grupos. El primero (I División), compuesto por la Numancia, la Blanca y la Resolución se dirigió hacia las defensas de la zona sur. El segundo, compuesto por la Berenguela y la Villa de Madrid (II División) y por la Almansa y la Vencedora (III División), se dirigió hacia el norte. La II División debía atacar las defensas de la zona norte y la III debía enfrentarse con la flota peruana y bombardear el muelle y la población.

A las 11:50 la Numancia comenzó el bombardeo, siguiéndola a continuación la Blanca y la Resolución. Al tercer disparo del buque insignia español, los cañones de la Torre de La Merced respondieron al ataque.

Al poco de comenzar el combate el Cañón del Pueblo, un Blakely de 500 libras, tras realizar su primer disparo descarriló por el retroceso, quedando inservible durante todo el combate.

A las 12:30 la Berenguela llegó a su posición, rompió fuego contra las defensas del norte y fue respondida desde las baterías peruanas.

Algo más tarde de las 12:30 un disparo probablemente procedente del monitor Loa fue a parar a la barandilla del puente de la Numancia, donde se encontraban el capitán de navío Juan Bautista Antequera y Bobadilla, Comandante del buque, y Casto Méndez Núñez, comandante general de la escuadra. La bala produjo ocho heridas de cierta gravedad a Méndez Núñez, negándose a abandonar su puesto hasta que la pérdida de sangre le hizo desmayarse.

Entre las 12:45 y las 13:00, la Villa de Madrid llegó a su destino, siendo alcanzada poco después por un cañón de la Torre Junín, que la dejó inmovilizada. Por ello, la Vencedora la remolcó para alejarla del frente.

Pasadas las 12:45 la Torre Junín cesó de hacer fuego.

A las 13:00 una granada, muy probablemente disparada desde la Blanca, cayó sobre los saquetes de pólvora de uno de los cañones de la Torre de La Merced, provocando una gran explosión que destruyó la Torre matando a la mayor parte de los que allí se encontraban.

Algo más tarde de las 13:00, la Berenguela recibió una bala de 500 lb, proveniente del Fuerte Ayacucho, bajo la línea de flotación y otra que le produjo un incendio. Apagado el fuego y contenida la entrada de agua, el buque se retiró.

A las 14:30 una enorme granada explotó en la batería de la Almansa, provocando un incendio que impidió al barco continuar el bombardeo hasta las 15:00.

A las 16:00 únicamente tres cañones del fuerte Santa Rosa responden desde tierra al fuego español (según fuentes españolas eran los únicos que lo hacían).

A las 16:45 la escuadra española decide dar por finalizado el combate. A las 17:00 se da la orden de finalizar el bombardeo. A las 17:30 la Almansa detiene el cañoneo. Tras dar tres vivas a la Reina, la Numancia, la Blanca, la Resolución, la Almansa» y la Vencedora salieron de la rada del Callao y se dirigieron al fondeadero, donde esperaban el resto de barcos.

Sobre las 17:50, cuando la escuadra ya estaba cercana a la isla de San Lorenzo, los tres cañones del fuerte Santa Rosa que aún respondían al fuego español, efectuaron sus últimos disparos. Según el parte dado por Méndez Núñez estos se realizaron sin bala.

El último disparo lo efectuó el monitor peruano Victoria. A las 18:00 la escuadra llegó al fondeadero.

El resultado del combate ha sido materia de controversia. Según la versión difundía por el almirante Méndez Núñez y los protagonistas españoles, la casi totalidad de las baterías del puerto fueron silenciadas al punto de que al momento de retirarse, solo tres cañones del Fuerte Santa Rosa continuaban disparando, versión respaldada por el capitán de la corbeta francesa Venus, presente durante el combate. También sustentan su victoria en el hecho de no haber sido hundida una sola de sus naves y que, si bien dos de ellas (la Berenguela y la Villa de Madrid) sufrieron daños de consideración y fueron puestas temporalmente fuera de combate, esto no les impidió realizar el viaje de regreso a España.

Fuentes peruanas por su parte, afirman que las baterías mantuvieron el fuego durante todo el combate y, a excepción de la ubicada en la Torre La Merced (que explotó), no sufrieron daños que les impidieran continuar disparando; por otra parte en lo que se refiere a la población y el puerto los daños materiales fueron escasos de igual manera en los buques defensores; respalda esta versión el testimonio del comodoro estadounidense John Rodgers, que presenció el combate desde la cubierta del Powhatan.

La escuadra española tuvo 43 muertos, 83 heridos y 68 contusos. Del lado peruano no se sabe con exactitud el número de muertos y heridos, por lo que las cifras varían según las fuentes desde las 200 hasta las 2.000 bajas.

Retirada de la Escuadra del Pacífico

El 10 de mayo de 1866, después de enterrar a sus muertos, curar a sus heridos y reparar sus navíos en la isla San Lorenzo, los españoles dividieron su Escuadra.

El 25 de mayo mientras los blindados se acercaban al Estrecho de Magallanes, estuvieron a punto de encontrarse con la división española de Méndez Nuñez. Finalmente, tras cruzar el Estrecho de Magallanes, los blindados se unieron a la escuadra aliada en Valparaíso y se pusieron bajo las órdenes del almirante chileno Manuel Blanco Encalada, quien aún se desempeñaba como comandante en jefe de las fuerzas navales aliadas.

Con estos refuerzos, el Perú y Chile decidieron renovar la lucha, pero esta vez en la ofensiva para castigar a los españoles por todos los daños infligidos a los puertos de ambos países.

Los resultados obtenidos difieren según el beligerante. Para España la victoria fue suya, pues era una operación de castigo y no una invasión. Para Perú y Chile, ellos habían ganado, pues los buques españoles se habían retirado de las aguas chileno-peruanas.

Término de la Guerra

En 1871 se firmó en Washington un convenio de armisticio por tiempo indefinido entre España, Bolivia, Chile, Ecuador y Perú.

España y Perú firmaron finalmente un tratado de paz y amistad el 14 de julio de 1879, por el que se reconocía la independencia peruana y se establecían relaciones diplomáticas entre ambos países. También en 1879 se firmó el tratado de paz con Bolivia (21 de agosto). La paz definitiva entre España y Chile se firmó el 12 de junio de 1883, en Lima (Perú), durante la ocupación chilena durante la Guerra del Pacífico. Por último, la paz con Ecuador se firmó el 28 de enero de 1885.

Consecuencias de la guerra

La guerra hispano-sudamericana contra España es considerada por el Perú como la consolidación de su independencia. En este país la contienda tuvo serias consecuencias económicas. Los gastos para la compra de armamento y barcos de guerra fueron muy elevados, lo que unido a la ocupación de las islas Chincha (productoras de guano, la principal fuente de ingresos del país) llevaron a la solicitud por parte del gobierno de diversos préstamos. Esta situación se alargó en el tiempo, ya que la deuda en 1872 era diez veces mayor que en 1868. Además, tras la guerra, Chile inició un rearme que llevó al país a ostentar una superioridad militar que demostró en la contienda que le enfrentó con sus antiguos aliados entre 1879 y 1884. Así, por ejemplo, en 1868 España y Chile (que técnicamente seguían en guerra) firmaron un acuerdo por el que ambos países sacaron buques de los astilleros ingleses, donde se encontraban bloqueados por el gobierno inglés. Perú se opuso a este convenio e intentó impedir la salida de los barcos, pues entendía que violaba la todavía vigente alianza con Chile.

Para Chile, la guerra también tuvo unas nefastas consecuencias económicas, ya que significó la pérdida de casi toda su flota mercante y de su hegemonía comercial en el Pacífico (con la destrucción de los Almacenes Fiscales de Valparaíso), aunque con el pasar de los años se recuperó gracias al resurgimiento de los puertos de Valparaíso y San Antonio.

España, por su parte, no obtuvo tampoco beneficio alguno con este conflicto. A los gastos que ocasionó el mantenimiento de la expedición, se sumó la crisis económica que azotaba Europa y que se dejó sentir con fuerza en la Península. Esto, unido a la pérdida de las cosechas de 1866 tras unas graves inundaciones, provocó una grave crisis política. La reina Isabel II ya no confiaba en Leopoldo O’Donnell, y la sublevación del cuartel de San Gil sirvió de excusa para obligarle a presentar la dimisión. Así, el 10 de julio de 1866 Ramón María Narváez fue nombrado nuevo Presidente del Consejo de Ministros. O’Donnell, principal impulsor de las expediciones al exterior, era apartado definitivamente del poder. Sin embargo, el descontento popular no cesó hasta dos años más tarde, cuando el 19 de septiembre de 1868 estallaría la revolución conocida como La Gloriosa y que provocaría el destronamiento de Isabel II.

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