Año del Bicentenario, de la consolidación de nuestra Independencia, y de la conmemoración de las heroicas batallas de Junín y Ayacucho

Leoncio Prado Gutiérrez

Leoncio Prado Gutiérrez

  • Nacimiento: 24 de agosto de 1853 Huánuco, Perú
  • Fallecimiento: 15 de julio de 1883 (29 años) Huamachuco, Perú
  • Padres: General Mariano Ignacio Prado Ochoa y María Avelina Gutiérrez Cortes
  • Hermano: Justo Prado Gutiérrez
  • Hermanastros: Mariano Ignacio Prado Ugarteche, Manuel Carlos Prado Ugarteche, María Prado Ugarteche, Maximiliano Prado Ugarteche, Javier Prado Ugarteche, Jorge Prado Ugarteche, Rosa Prado Ugarteche, José Santos Grocio Prado Linares Neyra

Leoncio Prado Gutiérrez fue un marino peruano que participó en diversas guerras contra España, en Cuba y Filipinas. Desde muy joven dio muestras de gran temple y de un temperamento fuerte y emprendedor, tanto que abandonó sus estudios en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe, logrando que se le admitiera como soldado en el regimiento «Lanceros de la Unión» (1862). Asistió en Arequipa (1865) al pronunciamiento revolucionario de su padre y, en el puerto de Arica, tomó parte en la captura de la cañonera «Tumbes», incorporándose luego a la dotación de la fragata «Amazonas», con la cual desembarcó en Ica y participó en la marcha sobre Lima. Triunfante la revolución fue reconocido como guardiamarina, concurriendo el 7 de febrero de 1866 al combate de Abtao. Ascendido a la clase de alférez de fragata, ingresó a la Escuela Militar y Naval. Culminada su instrucción (1867) se unió a la expedición hidrográfica de la Amazonia, comandada por John Tucker, y permaneció por dos años en el apostadero fluvial de Iquitos.

La Guerra del Pacífico

Cuando, estalla la guerra con Chile Leoncio Prado tenía 26 años, regresa al Perú para defender a su patria. Actuó en la marina y luego en el ejército, formando parte de las guerrillas de Tacna y la batalla del Alto de la Alianza, donde muere su hermano Grocio Prado. En Tarata fue tomado prisionero y remitido a Chile donde pasó la etapa más dolorosa de su vida. Con la promesa de que se abstendría de seguir luchando, es puesto en libertad y regresa al Perú.

La Campaña de la Breña

La «Campaña de la Breña» fue una guerra de desgaste llevada a cabo en la sierra peruana por fuerzas irregulares, compuestas por campesinos indígenas y montoneros pobremente armados, pero muy valientes y decididos, que tuvieron a su cargo importantes acciones militares que se prolongaron de abril de 1881 hasta septiembre de 1883. De aquellos hombres escribió un autor chileno:

Recorrieron sin tregua ni descanso distancias enormes; pasando cordilleras cubiertas de escasa nieve; atravesando caudalosos ríos, bosques primitivos y superando vertiginosos desfiladeros. Ni el hielo de las cordilleras, ni la falta de agua y víveres, ni la escasez de municiones y medios de transporte para sus tropas, ni los descalabros sufridos; nada fue bastante para doblegar su voluntad de acero, ni quebrantar sus fuerzas físicas ni doblegar su energía

No obstante los desastres sufridos en la Guerra del Pacífico, los breñeros, al mando del General Andrés Avelino Cáceres, resistieron y vencieron a los chilenos en las serranías.

La Batalla de Huamachuco

El 10 de julio de 1883, comienza favoreciendo a las fuerzas peruanas, sin embargo, pronto se acaban las municiones y los breñeros sufren su peor derrota.
Los peruanos perdieron en la lucha más de la mitad de sus efectivos, incluidos la mayoría de sus jefes y oficiales. Algunas fuentes calculan en mil los muertos y heridos.
El General Cáceres logra huir y continuó la lucha de la resistencia peruana, pero el Coronel Leoncio Prado, herido gravemente en la pierna, fue capturado pocos días después.

El interrogatorio

El mayor chileno Anibal Fuenzalida narró al historiador Nicanor Molinare que cuando interrogaron a Leoncio Prado del por qué había incumplido su promesa de volver a pelear, Prado, afirmó «que en una guerra de invasión y de conquista como la que hacia Chile y tratándose de defender a la Patria, podía y debía empeñarse la palabra y faltar a ella». Según el oficial Fuenzalida, Leoncio Prado dijo que realmente había dado su palabra cuando fue prisionero en junio de 1880 en Tarata, sin embargo «me he batido después muchas veces; defendiendo al Perú y soporto sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi lugar, con el enemigo en la casa, harían otro tanto. Si sano y me ponen en libertad y hay que pelear nuevamente, lo haré porque ése es mi deber de soldado y de peruano».

Muerte del Coronel Leoncio Prado

Versión del fusilamiento

Fue encarcelado y sospechó de su sentencia a muerte cuando el cirujano militar se negó a amputar la pierna herida. Cosechó simpatías entre los componentes del ejército enemigo y comentó la buena puntería de los cañones chilenos a la vez que alabó el valor de sus soldados.

Según la versión chilena el coronel Leoncio Prado, conocido como «Pradito», fue sentenciado a muerte por haber faltado a su palabra de oficial. Siendo prisionero de guerra, fue puesto en libertad bajo palabra de honor de no seguir haciendo la guerra a Chile. Esta era la única pena posible, para quien a pesar de haber dado su palabra, fue capturado a consecuencia de una cruenta batalla, en la que se había comprometido a no participar. Sin embargo es necesario señalar que fueron fusilados también, oficiales del ejército peruano que no se encontraban en la condición de Prado como fue el caso del coronel Miguel Emilio Luna, el capitán Florencio Portugal entre otros.

En 1912 el mayor chileno Aníbal Fuenzalida narró al historiador Nicanor Molinare la forma en que, según su versión, murió Leoncio Prado​ señalando que cuando fue interrogado acerca del por qué había incumplido su promesa de volver a pelear, Prado afirmó «que en una guerra de invasión y de conquista como la que hacía Chile y tratándose de defender a la Patria, podía y debía empeñarse la palabra y faltar a ella».

Según el oficial Fuenzalida, Leoncio Prado dijo que realmente había dado su palabra cuando fue prisionero en junio de 1880 en Tarata, sin embargo «me he batido después muchas veces; defendiendo al Perú y soporto sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi lugar, con el enemigo en la casa, harían otro tanto. Si sano y me ponen en libertad y hay que pelear nuevamente, lo haré porque ése es mi deber de soldado y de peruano».

El capitán Rafael Benavente hizo, por su parte, el relato de los momentos que precedieron al fusilamiento y también de esta escena. Cuando se le notificó cuál iba a ser su suerte, Leoncio Prado manifestó que tenía derecho a morir en la plaza y con los honores debido a su rango porque era Coronel y pertenecía al Ejército regular del Perú, pero su pedido no fue atendido y se le indicó que sería fusilado en su propia habitación.

Luego Leoncio Prado pidió un lápiz y escribió la siguiente carta:

Huamachuco, 15 de julio de 1883. Señor Mariano Ignacio Prado. Colombia. Queridísimo padre: Estoy herido y prisionero; hoy a las…. (¿Qué hora es? preguntó. Las 8.25 contestó Fuenzalida) a las 8:30 debo ser fusilado por el delito de haber defendido a mi patria. Lo saluda su hijo que no lo olvida Leoncio Prado.

Antes de su ejecución, Leoncio Prado solicitó tomar una taza de té.

Enseguida, cuando entraron dos soldados pidió que fuera aumentado su número para que dos le tirasen a la cabeza y dos al corazón. Al ser cumplido este pedido dio breves instrucciones a la tropa sobre la trayectoria de sus disparos y agregó que podían hacer fuego cuando hiciera una señal con la cuchara y pegase tres golpes en el cachuchito de lata en el que había estado comiendo.

Se despidió enseguida de los oficiales chilenos, los abrazó, les dijo: «Adiós compañeros». La habitación era pequeña. Al frente y al pie de la cama se colocaron los cuatro tiradores y detrás de ellos se pusieron los tres oficiales allí presentes. El Coronel Leoncio Prado cumplió con dar las órdenes para la descarga. «Todos llorábamos (manifestó Benavente) todos menos Pradito».

Se mandó fusilar al militar que había ganado el corazón de sus enemigos, dicen que los integrantes el pelotón de ajusticiamiento dispararon sus armas con los ojos nublados por la lágrimas. La muerte de Leoncio Prado se valoró como la de un héroe. Se relata así:

Nos colocamos tras los cuatro soldados; las lágrimas nublaron mi vista. ¡Todos lloramos, todos, menos Pradito!

Tomó la cuchara, le pegó un golpecito para limpiarla, enderezó un poco más el cuerpo, se irguió; saludó masónicamente con la cuchara, pegó pausadamente los tres golpes prometidos, sonó una descarga y, dulcemente, expiró en aras de su patriotismo, por su nación, por el Perú, el hombre más alentado que he conocido, el heroico coronel Leoncio Prado.

El cabo avanzó dándole un balazo en el pecho, para cumplir con la ley, acabó de apagar así los latidos de ¡aquél gran corazón que no palpitó sino para servir a su patria.

La versión chilena con el vivo testimonio de los que estuvieron en el sacrificio, es la única fuente primaria de su muerte, dado que los oficiales chilenos fueron los únicos que presenciaron los últimos momentos de Leoncio Prado.

El asistente asiático compale José a que se refiere el testimonio del capitán Rafael Benavente B., fue un cocinero de la familia propietaria del inmueble que sirvió de cuartel general en Huamachuco a los chilenos, él quedó durante dicha ocupación al cuidado del inmueble, según Fuenzalida fue encontrado en compañía de Prado cuando fue capturado, no se menciona nada del guía Julián Carrión ni de la ejecución de los ordenanzas del coronel Leoncio Prado: Patricio Lanza y Felipe Trujillo.

Con respecto a la fecha del fusilamiento, la mayoría de los historiadores, la han confundido, el relato del historiador chileno Molinare, la fija el 15 de julio.

Otras versiones

Algunos autores peruanos sostienen que el coronel Leoncio Prado fue muerto sin miramientos de un balazo en el rostro en su lecho de herido, esta versión fue originalmente referida por el escritor peruano Abelardo Gamarra, quien con el rango de teniente combatiera también en la batalla de Huamachuco, en su obra «La Batalla de Huamachuco y sus Desastres» publicada en Lima en 1886.

La versión del asesinato tiene su base en el modo en que fueron muertos los prisioneros y heridos peruanos tras la batalla, en el parte de Gorostiaga no hay indicación alguna sobre el destino de heridos y prisioneros enemigos dado que por órdenes superiores todo peruano capturado empuñando armas sería ejecutado in situ, sin importar su rango o condición, al no ser considerado parte de un ejército regular. Los jefes de la ocupación chilena negaban el carácter de beligerantes a la resistencia peruana considerando a sus tropas montoneras y a sus oficiales caudillos, tal como consta en los partes que el coronel Gorostiaga y demás oficiales superiores elevaron sobre la batalla.​

En los primeros años del siglo XX, en 1933, se entrevistó a dos residentes de Huamachuco, que por su edad, debieron estar presentes en la ciudad, aquél día. Eran los señores Fabio Samuel Rubio y Enrique Moreno Pacheco. Su testimonio dice:

El día 10 de julio de 1883, nos encontrábamos en Huamachuco bajo la dolorosa impresión de la batalla realizada. Éramos niños. Nuestras familias al saber el triunfo de los chilenos huyeron con nosotros a Culicanda, donde teníamos una finca. El sábado 14 regresamos a la ciudad al saber que los chilenos se retiraban. El domingo 15, muy de mañana, presenciábamos la salida de las últimas tropas desde un balcón de la casa Pacheco, situada en la plaza principal. En esto sentimos una descarga de fusilería y con natural curiosidad nos dirigimos al lugar señalado, que era el cuartel de la artillería chilena, casa del señor Marino Acosta, y la encontramos desierta. Al penetrar al patio de dicha casa, en una habitación del lado derecho, vimos un cadáver: era el coronel Leoncio Prado. Sobre una camilla, recostado el cuerpo en la cabecera aparecía el héroe. Tenía el rostro bañado de sangre haciéndose visible una perforación cerca del ojo izquierdo, y su pierna del mismo lado estaba cubierta de vendas; al lado había un plato y una cuchara y en el suelo una taza.

Como alguien nos dijera que en el segundo patio había otros muertos, nos dirigimos al sitio señalado, encontrando a dos soldados peruanos casi juntos sobre un charco de sangre, en los últimos estertores de la muerte, y cerca de ellos una manta sobre la que estaba esparcido un naipe, consternados nos retiramos, grabándose en nosotros la escena que aún nos parece verla.

Los cadáveres del segundo patio, correspondían al de los ordenanzas del coronel Leoncio Prado Gutiérrez, Patricio Lanza y Felipe Trujillo los cuales son omitidos en el relato del oficial chileno Fuenzalida y que según el testimonio antes citado aún agonizaban en el mismo lugar en que había caído lo que indicaría que la ordenanza militar en caso de fusilamiento, que señala que uno de los soldados debe realizar un tiro de gracia para asegurar el resultado muerte, no fue cumplida.

Otro respaldo de esta teoría es el relato del capitán chileno Alejandro Binimelis quien refiere como fue muerto el coronel Miguel Emilio Luna, el mismo que al igual que el capitán Florencio Portugal había protestado al ser considerado un montonero alegando que como oficial del ejército peruano debía ser fusilado con todos los honores militares lo cual no fue aceptado por Gorostiaga quien mediante una señal ordenó a dos soldados que le ejecutaran junto al también prisionero el mayor Osma Cáceres, ambos prisioneros fueron conducidos por dos soldados a caballo a un zanjón donde tras arrojarlos al piso de un caballazo les acribillaron con sus carabinas «matándolos después de varios tiros» refiere Binimelis.

Con motivo del centenario de la Guerra del Pacífico, una delegación de la «Comisión Permanente de Estudios Históricos del Ejército del Perú» visitó Huamachuco en 1983 donde entre otras labores de investigación de campo entrevistó a los ciudadanos de mayor edad buscando recopilar cualquier relato o tradición oral que sus familias tuvieran de la batalla del 10 de julio de 1883, entre los entrevistados se encontró el Doctor Julio Gallareta Gonzales (quien fuera Catedrático de la Universidad Federico Villareal y falleciera en Lima 1998) cuyos abuelos Francisco de Paula y Carmen Arana fueron quienes proporcionaron el ataúd en que fue sepultado el coronel Leoncio Prado tras el retiro de las tropas chilenas, Gallareta refería que el fusilamiento nunca se realizó, cuestionando el episodio de la taza de café y señalando que se trató de un simple asesinato.

Finalmente, en el telegrama que Patricio Lynch dirigió a su gobierno informando sobre la batalla afirmó que el coronel Leoncio Prado tras ser capturado habíase suicidado, lo que según esta versión sería un intento por ocultar la verdadera muerte que se le dio al hijo del expresidente peruano Mariano Ignacio Prado, quien fuera condecorado por el gobierno chileno tras el Combate del Dos de Mayo durante la guerra con España.

Así terminó, a los 29 años de edad, la vida de Leoncio Prado, fiel a su deber y a su patriotismo. Su cadáver, cubierto de heridas y ungido por su propia sangre, fue piadosamente sepultado en Huamachuco; aquí descansó hasta su traslado a la Cripta de los Héroes en el Cementerio Museo de Lima «Cementerio Presbítero Matías Maestro».

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